No ha sido hasta este año cuando he escuchado por primera vez este término, y la verdad es que me llamó mucho la atención su significado, dado que para nada sospechaba que estuviese en manos de ciertas personas la labor de “cazar tendencias” y predecir aquellas que se convertirían en tal.
De manera literal, este trabajo se refiere a hacer predicciones sobre cambios o surgimientos referentes a la cultura del consumismo y la moda, información valiosa para aquellas firmas y marcas que quieren llegar al máximo público posible en las siguientes temporadas. Es por ello que la labor del “cool hunter” es muy similar a la de un estudio de mercado, en este caso sobre estilos y tendencias aún emergentes.
Hoy en día, su actuación se ha visto reducida, en la mayoría de las ocasiones, a las redes sociales; realizar análisis a conciencia de perfiles, hashtags y todo aquello que triunfa en plataformas como Instagram es hoy la base de su trabajo. Pero hace unos años, cuando no existían estas redes, el desempeño de sus funciones se basaba en moverse, cámara en mano, por las calles de las principales ciudades, incluyendo los barrios más pobres, dado que eran, y siguen siendo, de esos lugares de donde salían la mayor parte de ideas que más tarde triunfarían en pasarelas y, por consiguiente, entre gran parte de la población mundial. Y aunque a día de hoy fotografiar los looks de la gente corriente sigue siendo una de las claves para el desarrollo de estos profesionales, tampoco han podido evitar verse influenciados por el poder de internet y la “sobre información”, muy aclamada por el sector de diseño de producto, en otras palabras “moda low cost”.
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