Como dice Marnie Fogg en su obra Moda, toda la historia, “a la moda le encanta tomar prestado, tanto de diferentes culturas como de otras épocas”, y creo que Loewe es lo que ha hecho para crear su colección Primavera Verano 2020 yéndose, ni más ni menos, que a los siglos XVI y XVI, tiempo en el que el Renacimiento se hizo Barroco y, más allá de este Rococó, arraigando en la mente de artistas, mecenas y, en general, el público europeo. Gracias a las obras de arte, sobre todo pinturas, que vieron la luz en ese periodo, podemos hoy en día conocer un poco más de cerca las vestimentas de la gente que vivió esos años.
En términos generales, el Barroco es la vertiente artística del regreso protagonizado por el catolicismo durante la Contrarreforma. La iglesia católica utilizó el arte y la arquitectura barrocos como armas en la guerra contra el protestantismo. En los países católicos, el barroco generalmente tuvo una finalidad religiosa, con obras pictóricas o arquitectónicas muy suntuosas o dramáticas. En cambio, los países protestantes utilizaron el Barroco para proclamar su poder material, a través de paisajes, bodegones y escenas de género extremadamente realistas.
Podemos decir que el Barroco fue un arte al servicio del poder. Además de en manos de la iglesia, también estuvo en aquellas de los gobiernos, sustentados en monarquías autoritarias que fueron adquiriendo un carácter absolutista, concentrando así todo el poder en los monarcas. Estas monarquías vieron en la piel de los artistas la oportunidad perfecta para dejar constancia de su estatus. Así es que muchos pintores de la época, como Diego Velázquez (1599-1560), pudieron reflejar en su lienzos la moda de la época en la corte, a través de retratos encargados por la familia real.
Una de sus mejores obras y también la más famosa, Las meninas, es un retrato bastante peculiar de la familia de Felipe IV y también un espejo, literalmente, de la moda femenina de las clases más altas. El óleo nos da una visión completa de lo que se conoce como el “verdugado español”, el primer artilugio que se utilizó para aumentar la anchura de las faldas.
Se vio por primera vez en Inglaterra en 1501 en el séquito que acompañaba a la princesa española Catalina de Aragón cuando contrajo matrimonio con el príncipe Arturo, sin embargo la popularidad la alcanzó en 1554, año en el que Maria de Inglaterra se casó con Felipe II de España. Originario de nuestro país, el verdugado está formado por una saya acampanada con un armazón de alambre, madera o ramas de sauce y su función, supuestamente, era la de permitir que la persona que lo llevaba pudiese descansar las manos en su superficie. Hubo varios tipos de verdugado, entre ellos el “verdugado tipo rueda”que se siguió usando en España tras haber desaparecido en el resto de países.
En otras obras de Velazquez, como es La rendición de Breda, también conocida como Las Lanzas, podemos apreciar el conocido como “traje acuchillado” masculino, que hubo un tiempo en el que se apareció entre la indumentaria femenina, pero no era lo frecuente. Lo que más resalta de este y que sí se adapto al traje femenino fue lo conocido como “cuello de lechuguilla”.
Este evolucionó a partir del pequeño reborde rizado que se colocaba en los escotes de las camisas y de las gorgueras, En un principio fue una forma de proteger de la suciedad el escote del jubón o del corpiño, pero a partir de 1620 se convirtió en un accesorio independiente y su forma y tamaño aumentaron, necesitando de un soporte para mantenerlos en su sitio.
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